La empresa familiar es, ¡qué duda cabe!, objeto central de la atención del o los fundadores de la misma y de toda su descendencia.
En ella coexisten con mucha nitidez dos lógicas diferentes y, a menudo, contradictorias.
La “lógica de los negocios” nos impulsa a maximizar la rentabilidad del capital invertido.
La “lógica de los afectos”, en cambio, nos impulsa a maximizar el bienestar de los seres queridos.
Un almuerzo familiar de domingo, en armonía y con mucha felicidad, puede ser seguido de una intensa reunión de Directorio el lunes, donde se toman decisiones efectivas, incluso algunas de ellas, duras. Y se reafirman los lazos afectivos.
La empresa familiar, que aprende a superar sus cíclicas crisis, puede integrar en plenitud los negocios y los afectos. Así se convierte en una organización insuperable.
Sabemos Cómo, ¿se lo explicamos?